domingo, 29 de junio de 2008

Laboratorio Esfera 2008

LABORATORIO ESFERA 2008

Reflexiones a partir de

He visto con curiosidad y un poco de ansiedad los trabajos que se presentaron dentro del I Encuentro Internacional “Laboratorio Esfera. Digo con curiosidad porque siempre atrae la idea de encontrarse con algo nuevo, fresco y, si hay un poco de suerte, distinto.

Con ansiedad porque acompañé el proceso creativo de los noveles coreógrafos quiteños, y uno no puede evitar involucrarse afectivamente en este tipo de historias. Con afecto, más curiosidad aún y esperanza, estuve acompañándoles; y en ese tiempo, he encontrado aliento para la manida oferta ecuatoriana de danza contemporánea.

Idear, coreografiar, producir y vender danza contemporánea en nuestros países es tarea de valientes, tercos y apasionados. De otra manera, no cabría tal esfuerzo en mentes pragmáticas y comunes. Así que, de toda esta jornada, sin duda será precisamente la pasión infinita que se requiere para continuar bailando, lo que estos nuevos creadores habrán encontrado fundamental tener y atesorar.

Ciertamente, y si están atentos a los procesos de aprendizaje y a las lecciones sutiles que nos da la vida, también descubrirán que la pasión sola no es suficiente. Que hace falta además, mucha formación corporal diversificada, un bastísimo nivel cultural, y un sentido de la honestidad escénica que solo se encuentra cuando el alma creativa no está comprometida con nada que no sea la verdad del artista (qué palabra tan extraña).

No me sorprendió entonces que la principal reflexión a la que arribó Tamia Guayasamín, sea la de que su trabajo aún no es una pieza experimental. Tamia ha tenido la inteligencia de entender que el tiempo dedicado a su primera etapa de creación no es suficiente para agotar –en caso de ser esto posible- las muchísimas opciones que la escena y los lenguajes le pueden ofrecer. Las innumerables combinaciones que pueden ser factibles, cuando el discurso interno está definido y los lineamientos visuales están claros. Amén de la multiplicidad de implicaciones que un trabajo de corte experimental requiere realmente.

Tampoco me sorprendió que todos hayan entendido la magnitud de trabajo, tiempo y habilidad que producir implica en nuestros países. Estoy seguro de que hubo momentos en los que hubiesen preferido dejarlo todo y descansar al amparo de una clase, de una tarde relajada o de dos horas más de sueño. Pero, decidieron arremeter contra ellos mismos y avanzar en el compromiso. Ésta es una de las cosas que fortalecen el espíritu y que lo van convirtiendo a uno en guerrero de la danza, y no en burócrata de la escena.

De los trabajos participantes se podrían decir muchísimas cosas. De su calidad interpretativa, de su discurso interno, de su perspectiva particular del tema. Quiero, sin embargo, hablar de cómo se instalaron cada uno de los coreógrafos en su proceso. Y quiero hacerlo, además, desde una visión muy personal y subjetiva, como no podría ser de otra manera.

En Uno”, de Ernesto Landázuri abraza tímidamente la propuesta corporal. La pieza se sostiene precariamente sobre el ritmo interno del intérprete y el estudio de la poli-ritmia que, en este caso particular, lo seduce. Hay que recordar que Ernesto no es bailarín, que es un talentoso y valiente joven que ha decidido empezar a estudiar las posibilidades de su cuerpo. Sin embargo, y aunque la idea de las varias opciones y combinaciones rítmicas no queda claramente expuesta, hay una honestidad en el “estar” del intérprete en la escena. Es una forma de habitar su propuesta que le es bastante particular, y por lo tanto verdadera. Tiene entonces mucho trabajo por delante.

Cuando asistí al ensayo de “Inflexión” estaba completamente atraído por la idea de sentarme en un bus de la ciudad, y ver danza. Atestiguarla. Encontré que la idea de Gabriela Paredes tenía una indudable huella urbana. Que, aunque su propuesta fuera dancística, había una suerte de cotidianidad disfrazada de escena. Que aunque fueran bailarinas en un bus, eran también ciudadanas infectadas de rutina y urbanidad.

Debo admitir que sentí envidia de no ser yo quien lo hacía, quien bailaba entre las miradas atónitas y la incomodidad de los demás pasajeros. Y otra vez entendí que las posibilidades de combinación son infinitas.

En el día de la función misma, la pieza había evolucionado ampliamente. Los límites estaban más esclarecidos, al igual que las libertades y lo que no se iba a decir, también. Gabriela además decidió bailar, y eso debe haberle representado un problema más: coreografiar e interpretar no es una tarea para nada sencilla. Y esto se evidenció en los cuerpos que habitaban “Inflexión”: Verónica Castillo y Ana Lucía Moreno estaban mucho más presentes en ellos, con mucha mayor posesión y manejo que la misma Gabriela. Ana Lucía encontró una manera de estar en su cuerpo y en el espacio que anteriormente no tenía. Verónica dejó una huella, una impronta de fragilidad y equilibrio que aún tengo en mi memoria.

Inflexión”, por sus propias características, es la propuesta que mayormente se acerca a lo experimental. Primero, por sacar la danza del espacio convencional y, segundo, por no buscar el lenguaje corporal a partir del cuerpo solamente, sino de la amplia información y referencias que el movimiento del vehículo y la interacción con los espectadores le dan a la pieza.

No tuve la oportunidad de ver el trabajo de Carolina Da Silva y de Nirlyn Seijas, de Venezuela, hasta el día del estreno. Así que mi acercamiento a “Entre tus manos. Cocinándote” es de mero espectador. Desde ese lugar, intenté dejarme llevar por la propuesta coreográfica y acercarme al espacio que les era común a la intérprete y a la co-coreógrafa. No conseguí ver una coherencia entre las partes de la obra, ni en el manejo de los elementos escénicos.

Pude ver, en cambio, una búsqueda en los ritmos corporales. El cuerpo de Seijas se deshace ondulante y fuerte en la escena. Pero no encuentra aún un personaje claro y distinto a ella misma. Sin duda, lo experimental de este trabajo en particular, reside en haber convertido en solo una pieza para dos: ardua tarea; mucho también por aún hacer.

Sin” de Tamia Guayasamín es una búsqueda por una estética individual. Individual, en el sentido que los cuerpos que interpretan no buscan cumplir un canon de belleza. Son cuerpos incompletos y enérgicos que rozan los límites de lo amorfo.

Sin embargo, solo lo rozan. Lo insinúan. Llegar a componer un cuerpo que adquiere una forma no convencional particular es una labor de mucho tiempo y esfuerzo. Sin” es la puerta por la que Guayasamín puede entrar en su búsqueda particular de creadora. Está, con su obra, frente a ese umbral. Le corresponde tomar la decisión de cruzarlo y entrar. Para encontrar talvez que ese no es su camino o que, contrariamente, sí lo es.

En esta pieza, una vez más, la dificultad de crear e interpretar es la gran zanja que debe Tamia saltar.

Laboratorio Esferas” es una iniciativa que merece mantenerse y fraguar. La gran cantidad de trabajo por hacer no debe ser sino el alimento que haga crecer este cuerpo de creadores y bailarines. Debe solo ser el principio de esa danza nueva que Latinoamérica merece y necesita. Una danza que, nacida en honestidad, bordee los límites interdisciplinarios y estéticos. Una danza que crezca, como mala hierba, por los intersticios de lo establecido, de lo convencional; para reverdecer sobre las paredes mustias de la institución.

Ernesto Ortiz Mosquera

Quito, 25 de junio de 2008

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